Publicado en la Revista PODER, Febrero 2013
El uruguayo José Mujica es una celebridad. La revista británica Monocle lo nombró el mejor presidente del mundo. Otras publicaciones lo han destacado como el presidente más pobre, pues dona el 90% de su salario y su única posesión en un Volkswagen escarabajo. El New York Times sacó una halagadora nota que describe su austero estilo de vida y su poco apego al poder. Y el año pasado, en un emocionante discurso en la Cumbre Río +20, se manifestó por un desarrollo que promueva la felicidad, realizando cuestionamientos sobre nuestro estilo de vida y el consumismo. En el video, que tiene más de 1 millón de vistas en YouTube, llaman la atención el aburrimiento y estoicismo de la mayoría de políticos y burócratas ahí presentes, que escuchan estas conmovedoras ideas sin inmutarse.
¡Pero vaya que sus cuestionamientos son acertados! En gran
parte del mundo hemos tomado la “americanización” de la vida como un credo. Los
medios equiparan el progreso de una ciudad con la aparición de un centro
comercial. El espacio familiar de entretenimiento es un mall. Aspiramos a vivir en suburbios en los que los carros puedan fácilmente
circular, pero las personas no puedan caminar. Compramos autos más grandes, que
consumen más combustible, sólo para transportarnos en la ciudad. Pasamos
pasivamente horas frente a televisores que nos venden más cosas innecesarias.
Muchas de nuestras marcas más queridas, esas famosas lovemarks, nos intentan exprimir lo que
pueden. En tecnología nos angustian con cambios frecuentes que vuelven
rápidamente obsoletas nuestras herramientas informáticas y limitan el contenido
de Internet para que paguemos por todo lo que sea posible. Prestigiosas tiendas
de ropa, con un modelo de negocio basado en la imitación del diseño y rotación ágil
de inventario, nos venden un estilo a la moda, aunque con materiales y hechura
de baja calidad que resultan en productos prontamente descartables.
Muchos pueden decir que son críticas hipsters, new age y
esotéricas a un estilo de vida que definitivamente nos va a llevar al
crecimiento económico, y por eso reflejan valores postmaterialistas en los que
un país como el Perú todavía no puede pensar. Pero, contra lo que se podría suponer, Mujica
gobierna la economía de su país de una manera ortodoxa, bajo un modelo de libre
mercado que le ha dado a Uruguay muchos beneficios en crecimiento y reducción
de la pobreza. Eso no le ha impedido promover programas sociales y reformas
progresistas, como la legalización de la marihuana, el derecho de la mujer de
abortar y la aprobación del matrimonio gay, ubicando a Uruguay a la vanguardia
en América Latina en políticas que, sin duda, tarde o temprano serán aprobadas en
otros países.
Sin embargo, la admiración que concita tiene que ver con que
es un político que nos hace pensar en grande a los ciudadanos de todo el mundo,
no para destruir un sistema vigente, sino para encontrar las maneras de mejorarlo:
con un sistema educativo que promueva la reflexión y la contemplación para no
criar futuros obsesos por el consumo; con un diseño urbano que promueva la
movilidad del peatón, la interacción en espacios públicos sin consumo y el uso
del transporte público; con energía más verde y sostenible.
La última arenga de un político peruano fue el “perro del hortelano”.
Y fue famosa en el país, pero por motivos muy diferentes. Es el grito de un
converso al libre mercado, no para aplicarlo, sino para imponerlo, desmereciendo
posiciones distintas y muchas consideraciones medioambientales. Aunque tuvo la
intención de promover la inversión, logró mayor polarización y poca admiración.
En las novelas de Haruki Murakami, sus personajes entienden
su existencia cuando se encuentran están atrapados en hoyos en el subsuelo. Mujica
estuvo preso por años (por actividades guerrilleras que ya no respalda), gran
parte de los cuales pasó en un hoyo en el que compartió su comida con ratas y
un sapo. Tal vez ese tiempo le dio la claridad sobre qué importa realmente en
la vida. Aunque muchos demócratas liberales tendemos a desconfiar de los
líderes fuertes, por los caudillos que tanto daño le han hecho en la región,
como Chávez, Fujimori o Pinochet, sí es importante que un líder nos inspire a
cuestionar qué queremos para nuestra vida, nuestros hijos, nuestro país y
nuestro planeta. Y que, inconformes, encontremos la manera de alcanzarlo.